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31/JUL/2023
31/JUL/2023

 

Por Pedro Meseguer

El teniente Hiroo Onoda fue el último japonés en rendirse tras la Segunda Guerra Mundial. Emboscado en la isla de Lúbang (Filipinas), aislado del mundo y en la creencia de que las escasas noticias recogidas por su radio de bolsillo eran falsedades orquestadas por el ejército estadounidense, resistió hasta 1974. Estaba tan imbuido del estricto código de honor de los oficiales japoneses que, para entregar su sable, pidió una orden del que había sido su superior inmediato. Este, que había dejado el ejército y regentaba una librería, viajó a Lúbang y le leyó la declaración de rendición de Japón al que había sido su subordinado. En una foto se ve a Onoda hierático, haciendo el saludo militar, con otros militares filipinos. Uno de ellos tiene su sable y se ríe. Sin duda, continuar la guerra treinta años por su cuenta es tan ridículo que mueve a risa. O a llanto. Ese hombre había quemado décadas de su vida sin ningún sentido, por una fatídica combinación de circunstancias excepcionales, aislamiento en la selva y defensa numantina, todo ello aderezado con un exagerado y absurdo sentido del honor.

            Pero este retraso parece una minucia si se compara con lo que tardó la Iglesia católica en otorgar el perdón a Galileo Galilei. Este astrónomo había sido condenado por defender el sistema copernicano —la Tierra gira en torno al Sol— frente al antiguo sistema ptolemaico[1] —el Sol gira en torno a la Tierra—. La condena sucedió en 1633 y el perdón en 1992: la Iglesia tardó más de trescientos cincuenta años en reconocer que no era herejía proclamar y enseñar el giro de la Tierra alrededor del Sol.

            Galileo nació en Pisa en 1564. Fue uno de los grandes científicos de la historia. Se interesó por multitud de temas de física y matemáticas: caída de cuerpos, péndulos, movimiento, mecánica, hidrostática, curvas cicloides, etc., e hizo contribuciones relevantes en todos ellos. Es sobresaliente su aportación a la astronomía, ya que inventó el telescopio, tras recibir noticias de que un aparato de esas características estaba siendo desarrollado en Holanda. Con su primitivo telescopio, el pisano observó los cuatro satélites de Júpiter girando en torno al planeta, algo imposible a simple vista. Para Galileo, estos astros formaban un sistema solar en miniatura. Fue contemporáneo de Kepler, que ostentaba el cargo de matemático imperial —del Sacro Impero Romano-Germánico— y había perfeccionado el modelo copernicano, al sustituir las trayectorias circulares de los planetas por órbitas elípticas. En las cartas que intercambiaron se adivina que no tuvieron una relación de confianza: ambos se disputaban el papel de astrónomo más reconocido de su tiempo.

            Dado que los dos astrónomos propugnaban el modelo copernicano, ¿por qué la Inquisición procesó a Galileo y no a Kepler? Varias razones confluyen en la respuesta. Primero, Kepler era protestante y estaba entre Alemania y Chequia, mientras que Galilelo era católico y estaba en Italia, cerca del papa. Segundo, había una dimensión política: Kepler estaba al servicio del emperador. Perseguirlo podía causar un conflicto entre los dos máximos mandatarios de aquel tiempo. Tercero —y es un hecho no menor—, el pisano escribió alguna de sus obras en italiano, lo que las hacía accesibles al gran público, frente al académico latín usado por Kepler que limitaba su lectura a eruditos.

            El proceso a Galileo, en resumen, fue como sigue. En 1616, el astrónomo se vio involucrado en un primer juicio en el que se condenó la doctrina copernicana como “una insensatez, un absurdo en filosofía y formalmente herética”, pero él no tuvo una sentencia condenatoria. Sobre este episodio, Wikipedia añade: “se ruega a Galileo que exponga su tesis presentándola como una hipótesis y no como un hecho comprobado, cosa que no hizo”. Efectivamente, a los pocos años el pisano se sintió escudado por un favorable cambio de papa (años atrás, cuando ese nuevo papa era cardenal lo había protegido). En 1632 Galileo escribió y publicó Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo: tolemaico e copernicano. Se trata de un diálogo entre tres personajes: Salviati, defensor del sistema copernicano que representa al propio Galileo, Simplicio que aboga por el sistema ptolemaico y Sagredo, con un punto de vista neutral. Los tres dialogan en un lenguaje llano, y aunque en algún momento se introducen elementos científicos, todo es perfectamente comprensible. En el texto, Salviati presenta pruebas a favor del sistema de Copérnico, algo que Galileo tenía formalmente prohibido. Además, cuando el libro llegó a Roma, los enemigos de aquel propagaron el rumor de que el personaje de Simplicio era una ridiculización del papa. Aquello cayó muy mal en El Vaticano, donde la soberbia del papa era bien conocida. El año siguiente la Inquisición abrió su segundo proceso al astrónomo, con el argumento formal de que había incumplido la resolución del primer juicio. En aquel momento, Galileo contaba sesenta y nueve años; en las largas sesiones del proceso le mostraron los instrumentos de tortura y aquello fue suficiente para él. De rodillas, se retractó. La leyenda cuenta que musitó «Eppur si muove» al levantarse[2].

            Este episodio ilustra la ferocidad con que los poderosos se aferran a ideas establecidas que les benefician, frente a un hombre solo, armado únicamente con la fuerza de su convicción basada en observaciones empíricas. Si abrimos el foco con el que observamos la historia y llegamos hasta el siglo XX, también muestra los papeles radicalmente complementarios que jugaron los personajes de Onoda y Galileo: el primero fue un militar anclado en el pasado, mientras que el segundo fue un científico que abrió nuevas perspectivas a la astronomía (y otras disciplinas) de cara al futuro. ¿Cuál de ellos fue más valioso para las generaciones que les sucedieron?

 

[1] Las fechas pueden ayudar aquí. Copérnico publicó el libro donde detallaba su modelo astronómico en 1573, el año de su muerte. Ptolomeo vivió en el siglo II.

[2] Quizá no sucedió así, era demasiado peligroso murmurar ante el tribunal de la Inquisición. Posiblemente lo dijo en otro momento.

Por Pedro Meseguer

El teniente Hiroo Onoda fue el último japonés en rendirse tras la Segunda Guerra Mundial. Emboscado en la isla de Lúbang (Filipinas), aislado del mundo y en la creencia de que las escasas noticias recogidas por su radio de bolsillo eran falsedades orquestadas por el ejército estadounidense, resistió hasta 1974. Estaba tan imbuido del estricto código de honor de los oficiales japoneses que, para entregar su sable, pidió una orden del que había sido su superior inmediato. Este, que había dejado el ejército y regentaba una librería, viajó a Lúbang y le leyó la declaración de rendición de Japón al que había sido su subordinado. En una foto se ve a Onoda hierático, haciendo el saludo militar, con otros militares filipinos. Uno de ellos tiene su sable y se ríe. Sin duda, continuar la guerra treinta años por su cuenta es tan ridículo que mueve a risa. O a llanto. Ese hombre había quemado décadas de su vida sin ningún sentido, por una fatídica combinación de circunstancias excepcionales, aislamiento en la selva y defensa numantina, todo ello aderezado con un exagerado y absurdo sentido del honor.

            Pero este retraso parece una minucia si se compara con lo que tardó la Iglesia católica en otorgar el perdón a Galileo Galilei. Este astrónomo había sido condenado por defender el sistema copernicano —la Tierra gira en torno al Sol— frente al antiguo sistema ptolemaico[1] —el Sol gira en torno a la Tierra—. La condena sucedió en 1633 y el perdón en 1992: la Iglesia tardó más de trescientos cincuenta años en reconocer que no era herejía proclamar y enseñar el giro de la Tierra alrededor del Sol.

            Galileo nació en Pisa en 1564. Fue uno de los grandes científicos de la historia. Se interesó por multitud de temas de física y matemáticas: caída de cuerpos, péndulos, movimiento, mecánica, hidrostática, curvas cicloides, etc., e hizo contribuciones relevantes en todos ellos. Es sobresaliente su aportación a la astronomía, ya que inventó el telescopio, tras recibir noticias de que un aparato de esas características estaba siendo desarrollado en Holanda. Con su primitivo telescopio, el pisano observó los cuatro satélites de Júpiter girando en torno al planeta, algo imposible a simple vista. Para Galileo, estos astros formaban un sistema solar en miniatura. Fue contemporáneo de Kepler, que ostentaba el cargo de matemático imperial —del Sacro Impero Romano-Germánico— y había perfeccionado el modelo copernicano, al sustituir las trayectorias circulares de los planetas por órbitas elípticas. En las cartas que intercambiaron se adivina que no tuvieron una relación de confianza: ambos se disputaban el papel de astrónomo más reconocido de su tiempo.

            Dado que los dos astrónomos propugnaban el modelo copernicano, ¿por qué la Inquisición procesó a Galileo y no a Kepler? Varias razones confluyen en la respuesta. Primero, Kepler era protestante y estaba entre Alemania y Chequia, mientras que Galilelo era católico y estaba en Italia, cerca del papa. Segundo, había una dimensión política: Kepler estaba al servicio del emperador. Perseguirlo podía causar un conflicto entre los dos máximos mandatarios de aquel tiempo. Tercero —y es un hecho no menor—, el pisano escribió alguna de sus obras en italiano, lo que las hacía accesibles al gran público, frente al académico latín usado por Kepler que limitaba su lectura a eruditos.

            El proceso a Galileo, en resumen, fue como sigue. En 1616, el astrónomo se vio involucrado en un primer juicio en el que se condenó la doctrina copernicana como “una insensatez, un absurdo en filosofía y formalmente herética”, pero él no tuvo una sentencia condenatoria. Sobre este episodio, Wikipedia añade: “se ruega a Galileo que exponga su tesis presentándola como una hipótesis y no como un hecho comprobado, cosa que no hizo”. Efectivamente, a los pocos años el pisano se sintió escudado por un favorable cambio de papa (años atrás, cuando ese nuevo papa era cardenal lo había protegido). En 1632 Galileo escribió y publicó Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo: tolemaico e copernicano. Se trata de un diálogo entre tres personajes: Salviati, defensor del sistema copernicano que representa al propio Galileo, Simplicio que aboga por el sistema ptolemaico y Sagredo, con un punto de vista neutral. Los tres dialogan en un lenguaje llano, y aunque en algún momento se introducen elementos científicos, todo es perfectamente comprensible. En el texto, Salviati presenta pruebas a favor del sistema de Copérnico, algo que Galileo tenía formalmente prohibido. Además, cuando el libro llegó a Roma, los enemigos de aquel propagaron el rumor de que el personaje de Simplicio era una ridiculización del papa. Aquello cayó muy mal en El Vaticano, donde la soberbia del papa era bien conocida. El año siguiente la Inquisición abrió su segundo proceso al astrónomo, con el argumento formal de que había incumplido la resolución del primer juicio. En aquel momento, Galileo contaba sesenta y nueve años; en las largas sesiones del proceso le mostraron los instrumentos de tortura y aquello fue suficiente para él. De rodillas, se retractó. La leyenda cuenta que musitó «Eppur si muove» al levantarse[2].

            Este episodio ilustra la ferocidad con que los poderosos se aferran a ideas establecidas que les benefician, frente a un hombre solo, armado únicamente con la fuerza de su convicción basada en observaciones empíricas. Si abrimos el foco con el que observamos la historia y llegamos hasta el siglo XX, también muestra los papeles radicalmente complementarios que jugaron los personajes de Onoda y Galileo: el primero fue un militar anclado en el pasado, mientras que el segundo fue un científico que abrió nuevas perspectivas a la astronomía (y otras disciplinas) de cara al futuro. ¿Cuál de ellos fue más valioso para las generaciones que les sucedieron?

 

[1] Las fechas pueden ayudar aquí. Copérnico publicó el libro donde detallaba su modelo astronómico en 1573, el año de su muerte. Ptolomeo vivió en el siglo II.

[2] Quizá no sucedió así, era demasiado peligroso murmurar ante el tribunal de la Inquisición. Posiblemente lo dijo en otro momento.

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