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De la fealdad y de la belleza
De la fealdad y de la belleza

02/NOV/2022
02/NOV/2022

 

Pedro Meseguer

Umberto Eco, cuando ya era famoso, escribió dos ensayos seguidos: Historia de la belleza (2005) e Historia de la fealdad (2007). Seguramente la documentación para uno también le ayudó para el otro porque, en ocasiones, la belleza y la fealdad se dejan ver juntas. Como muestra la pintura de Quentin Massis que aparece en la cubierta del segundo libro de Eco: una agraciada joven acaricia el rostro de un viejo feo que sonríe lúbricamente. Una combinación similar, en versión madre-hijo, sucede en la novela El enano astrónomo (1990), de Chet Raymo. El autor, profesor de física y astronomía (ahora emérito) en el Stonehill College de Massachusetts, construye una formidable peripecia humana sobre esos conceptos encarnados en sus personajes, entre los que la ciencia aparece de forma natural.

A grandes rasgos, el argumento de la obra se resume así: una adolescente francesa se cuela de polizón en un barco de tropas estadounidenses que regresa a su país tras la Segunda Guerra Mundial, pero es descubierta y desembarcada en Cork (Irlanda); escapa de la oficina de inmigración y se queda en esa ciudad; está embarazada y da a luz a Frank, que resulta ser un enano; el amante de la madre le enseña el firmamento, y el niño crece con la compañía de las estrellas; a los cuarenta y tres años, con un metro veinte de estatura, escribe Acecho nocturno que es la historia de su vida. Y hasta aquí puedo contar.

El libro contiene intensos elementos de belleza —de hecho, la frase que comienza el texto ya nos pone sobre esa pista: «Comencemos por la belleza»—. El primero de esos elementos es Bernadette, la madre de Frank, una mujer muy hermosa con un atractivo irresistible para los hombres, y dotada de una singular independencia que le impide quedar atrapada en los fluidos del corazón. Y el segundo es el cielo estrellado, refugio al que Frank escapa repetidamente de los rechazos por su condición física. En donde busca amparo, primero desde los tejados de Cork, y después en las largas caminatas nocturnas por los alrededores de la ciudad mirando al cielo. La obra también alberga profundos ingredientes de fealdad y, como resulta obvio, el más evidente es el propio Frank y su acondroplasia.

Esa familia monoparental sobrevive en un mísero habitáculo —otro elemento de fealdad—, pero las estrecheces económicas no resultan una carga pesada para Frank ni para su madre, que las acepta con pasmosa naturalidad. Sus lamentos van dirigidos a la separación que ha sufrido con respecto a los otros chicos, a su imposibilidad de acercamiento a las mujeres, a su condena en vida por ser enano. Cuando Frank se decide a publicar Acecho nocturno, envía el manuscrito a un agente literario que ha identificado en la guía de teléfonos. Este realiza un trabajo competente pero resulta ser un cínico y trata a Frank de forma descarnada, lo que favorece la evolución del protagonista.

La ciencia entra de manera espontánea en la obra. El amante de Bernadette es astrónomo aficionado, y le enseña a Frank el firmamento subidos al tejado, a escondidas de su madre. Y Frank encuentra un mundo para perderse, un consuelo para su inescapable deformidad. «La ventana por donde observaba era un desfiladero que conducía al silencio. A la soledad. Y a la belleza». Con estas palabras puestas en boca de Frank, el autor nos muestra el significado de esas vivencias para el protagonista. Y se van enumerando astros, estrellas, constelaciones… El Zodiaco, con sus elementos mitológicos y sus estrellas reales. Cometas. Auroras boreales. Distancias, temperaturas, colores. Pero el resultado no es nada libresco ni pesado: el autor dosifica esta información con muy buen criterio, los elementos astronómicos que incluye en la narración son siempre pertinentes y adecuados. Frank confiesa que no es un observador de telescopio: «prefiero la noche tal y como se presenta ante el ojo desnudo o a través de los prismáticos» afirma, aunque después narra una experiencia casi mística al observar la Luna a través de ese aparato. Pero cuando ha pasado, desea compartirla y esto no hace sino subrayar su absoluta soledad.

Desde el punto de vista científico, la parte más comprometida se imbrica muy bien con la evolución de la historia. El autor “se viene arriba” en ese pasaje, que demuestra su capacidad científica y literaria. Explica, en términos de mecánica cuántica, cómo se gesta un encuentro fortuito que resultará fatal para algunos personajes de la novela. Está magistralmente narrado: mantiene la tensión creciente, pespuntea ambas subtramas (la cuántica y la de los eventos) sin que una domine sobre la otra, salta entre ellas y conduce a un resultado final natural y creíble. La persona lectora queda impresionada por la elaborada explicación, teórica pero accesible, que desdramatiza la catástrofe subsiguiente. El autor, en unas pocas páginas, condensa libros de sesudas teorías físicas.

En la novela aparece un físico alemán exiliado en Irlanda, de nombre Hans Screiber. Es un futuro Premio Nobel de Física; a la vez, se trata de un tipo retorcido, que planea meticulosamente la seducción de una joven. Pienso que el autor se ha podido inspirar en Schrödinger (fue Premio Nobel y también se exilió en Irlanda, donde llevaba una vida privada muy “particular”[1]). Por otra parte, las investigaciones de Screiber sobre la nucleosíntesis de las estrellas parecen cercanas a las contribuciones de Hans Bethe, otro Premio Nobel real. Posiblemente, el personaje de la novela esté inspirado en ambos.

Y la obra navega y se desarrolla basándonos en personajes bien delineados, algunos muy peculiares, que muestran pasiones profundamente humanas. En sus páginas inundadas de emociones intensas hay sucesos terribles combinados con una mirada siempre compasiva, a menudo poética. La astronomía encaja de manera natural porque forma parte de la vida de los personajes, bascula con sus sentimientos, enlaza con sus emociones. El enano Frank hundiéndose en el firmamento para escapar de su soledad; una excrecencia, un grumo de fealdad contemplando el cielo estrellado envuelto por la silenciosa inmensidad de una atronadora belleza. Además, queda el libro dentro de la novela: el libro de Frank, Acecho nocturno, producto de su sensibilidad, calificado de «bellísimo» por su guapa editora. Ella, que mantiene unas conversaciones muy filosóficas con él, ante su insistencia termina confesando que nunca podría amar a alguien como Frank. El final, que no desvelaré, anuda eficazmente las subtramas de la novela y concluye; tiendo a pensar que el autor ha pretendido favorecer a su protagonista que, por otra parte, ya ha sufrido lo suyo.

 

[1] Schrödinger se exilió en Irlanda en 1940. Wikipedia afirma: «Schrödinger residió en Dublín hasta su jubilación en 1955. Durante su estancia continuó relacionándose con diferentes mujeres, incluidas algunas estudiantes, relaciones consideradas escandalosas, de las cuales le nacieron dos hijas. En 1956 volvió a Viena.»

Pedro Meseguer

Umberto Eco, cuando ya era famoso, escribió dos ensayos seguidos: Historia de la belleza (2005) e Historia de la fealdad (2007). Seguramente la documentación para uno también le ayudó para el otro porque, en ocasiones, la belleza y la fealdad se dejan ver juntas. Como muestra la pintura de Quentin Massis que aparece en la cubierta del segundo libro de Eco: una agraciada joven acaricia el rostro de un viejo feo que sonríe lúbricamente. Una combinación similar, en versión madre-hijo, sucede en la novela El enano astrónomo (1990), de Chet Raymo. El autor, profesor de física y astronomía (ahora emérito) en el Stonehill College de Massachusetts, construye una formidable peripecia humana sobre esos conceptos encarnados en sus personajes, entre los que la ciencia aparece de forma natural.

A grandes rasgos, el argumento de la obra se resume así: una adolescente francesa se cuela de polizón en un barco de tropas estadounidenses que regresa a su país tras la Segunda Guerra Mundial, pero es descubierta y desembarcada en Cork (Irlanda); escapa de la oficina de inmigración y se queda en esa ciudad; está embarazada y da a luz a Frank, que resulta ser un enano; el amante de la madre le enseña el firmamento, y el niño crece con la compañía de las estrellas; a los cuarenta y tres años, con un metro veinte de estatura, escribe Acecho nocturno que es la historia de su vida. Y hasta aquí puedo contar.

El libro contiene intensos elementos de belleza —de hecho, la frase que comienza el texto ya nos pone sobre esa pista: «Comencemos por la belleza»—. El primero de esos elementos es Bernadette, la madre de Frank, una mujer muy hermosa con un atractivo irresistible para los hombres, y dotada de una singular independencia que le impide quedar atrapada en los fluidos del corazón. Y el segundo es el cielo estrellado, refugio al que Frank escapa repetidamente de los rechazos por su condición física. En donde busca amparo, primero desde los tejados de Cork, y después en las largas caminatas nocturnas por los alrededores de la ciudad mirando al cielo. La obra también alberga profundos ingredientes de fealdad y, como resulta obvio, el más evidente es el propio Frank y su acondroplasia.

Esa familia monoparental sobrevive en un mísero habitáculo —otro elemento de fealdad—, pero las estrecheces económicas no resultan una carga pesada para Frank ni para su madre, que las acepta con pasmosa naturalidad. Sus lamentos van dirigidos a la separación que ha sufrido con respecto a los otros chicos, a su imposibilidad de acercamiento a las mujeres, a su condena en vida por ser enano. Cuando Frank se decide a publicar Acecho nocturno, envía el manuscrito a un agente literario que ha identificado en la guía de teléfonos. Este realiza un trabajo competente pero resulta ser un cínico y trata a Frank de forma descarnada, lo que favorece la evolución del protagonista.

La ciencia entra de manera espontánea en la obra. El amante de Bernadette es astrónomo aficionado, y le enseña a Frank el firmamento subidos al tejado, a escondidas de su madre. Y Frank encuentra un mundo para perderse, un consuelo para su inescapable deformidad. «La ventana por donde observaba era un desfiladero que conducía al silencio. A la soledad. Y a la belleza». Con estas palabras puestas en boca de Frank, el autor nos muestra el significado de esas vivencias para el protagonista. Y se van enumerando astros, estrellas, constelaciones… El Zodiaco, con sus elementos mitológicos y sus estrellas reales. Cometas. Auroras boreales. Distancias, temperaturas, colores. Pero el resultado no es nada libresco ni pesado: el autor dosifica esta información con muy buen criterio, los elementos astronómicos que incluye en la narración son siempre pertinentes y adecuados. Frank confiesa que no es un observador de telescopio: «prefiero la noche tal y como se presenta ante el ojo desnudo o a través de los prismáticos» afirma, aunque después narra una experiencia casi mística al observar la Luna a través de ese aparato. Pero cuando ha pasado, desea compartirla y esto no hace sino subrayar su absoluta soledad.

Desde el punto de vista científico, la parte más comprometida se imbrica muy bien con la evolución de la historia. El autor “se viene arriba” en ese pasaje, que demuestra su capacidad científica y literaria. Explica, en términos de mecánica cuántica, cómo se gesta un encuentro fortuito que resultará fatal para algunos personajes de la novela. Está magistralmente narrado: mantiene la tensión creciente, pespuntea ambas subtramas (la cuántica y la de los eventos) sin que una domine sobre la otra, salta entre ellas y conduce a un resultado final natural y creíble. La persona lectora queda impresionada por la elaborada explicación, teórica pero accesible, que desdramatiza la catástrofe subsiguiente. El autor, en unas pocas páginas, condensa libros de sesudas teorías físicas.

En la novela aparece un físico alemán exiliado en Irlanda, de nombre Hans Screiber. Es un futuro Premio Nobel de Física; a la vez, se trata de un tipo retorcido, que planea meticulosamente la seducción de una joven. Pienso que el autor se ha podido inspirar en Schrödinger (fue Premio Nobel y también se exilió en Irlanda, donde llevaba una vida privada muy “particular”[1]). Por otra parte, las investigaciones de Screiber sobre la nucleosíntesis de las estrellas parecen cercanas a las contribuciones de Hans Bethe, otro Premio Nobel real. Posiblemente, el personaje de la novela esté inspirado en ambos.

Y la obra navega y se desarrolla basándonos en personajes bien delineados, algunos muy peculiares, que muestran pasiones profundamente humanas. En sus páginas inundadas de emociones intensas hay sucesos terribles combinados con una mirada siempre compasiva, a menudo poética. La astronomía encaja de manera natural porque forma parte de la vida de los personajes, bascula con sus sentimientos, enlaza con sus emociones. El enano Frank hundiéndose en el firmamento para escapar de su soledad; una excrecencia, un grumo de fealdad contemplando el cielo estrellado envuelto por la silenciosa inmensidad de una atronadora belleza. Además, queda el libro dentro de la novela: el libro de Frank, Acecho nocturno, producto de su sensibilidad, calificado de «bellísimo» por su guapa editora. Ella, que mantiene unas conversaciones muy filosóficas con él, ante su insistencia termina confesando que nunca podría amar a alguien como Frank. El final, que no desvelaré, anuda eficazmente las subtramas de la novela y concluye; tiendo a pensar que el autor ha pretendido favorecer a su protagonista que, por otra parte, ya ha sufrido lo suyo.

 

[1] Schrödinger se exilió en Irlanda en 1940. Wikipedia afirma: «Schrödinger residió en Dublín hasta su jubilación en 1955. Durante su estancia continuó relacionándose con diferentes mujeres, incluidas algunas estudiantes, relaciones consideradas escandalosas, de las cuales le nacieron dos hijas. En 1956 volvió a Viena.»

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